La soledad es esto
Santiago González
No habíamos tenido nunca un presidente con tanta fe en el diálogo como José Luis Rodríguez Zapatero. Ni lo volveremos a tener, probablemente. Recuerden la impresionante reflexión que escribió en el prólogo a un libro de Jordi Sevilla: “Ideología significa idea lógica y en política no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica.” No se obsesionen con la etimología, y menos aún con la epistemología; confórmense con la literalidad y admiren su fe sin límites en las virtudes del diálogo.
Siempre supimos que era un dirigente de pocas lecturas. De haber tenido una formación clásica y haber leído a Edward Gibbon y su obra sobre la caída de Roma, sabría que ha vivido en un error y que lo bueno está aún por llegar. Churchill es, a los ojos de muchos, el gran estadista del siglo XX, gracias a las frases de Gibbon que usó con desparpajo, y a un par de decisiones tomadas sin vacilar en el momento histórico adecuado. Zapatero se había jurado no incurrir jamás en el desamor de su pueblo ni en el descontento de los sindicatos. Para ello sustituyó la política económica por las subvenciones y las purgas por placebos hasta que se nos acabaron los ahorros y varios de sus iguales (ustedes perdonarán la hipérbole) le urgieron a emplear una medicina alternativa, porque le enfermo se le iba.
Sus leales Méndez y Fernández, cría cuervos, que tanto inspiraron y acompañaron las medidas en las que el Gobierno fundió el superávit y creó un déficit del 11%, ya le han dado cita previa para una huelga general dentro de tres meses y medio. Con la caja vacía, también ha sido abandonado por los nacionalistas, a los que ya no puede recompensar con regalías que no es capaz de costear. Había puesto tanto empeño en aislar al PP que éste se muestra incapaz de aceptar su caída del caballo y de votar afirmativamente las medidas que ellos mismos propondrían.
Zapatero está en aquel momento fotoshop que lo mostraba al trote por la arena húmeda de una playa en la que no dejaba huella. Era la soledad del corredor de fondo. Sin embargo, no se ha hundido. Pocas veces como en ésta se ha visto tan claro el error de percepción de Alfonso Guerra al motejarlo como ‘Bambi’. No le mueve más objetivo que el poder, pero se aplica a conservarlo con una determinación de pedernal y a contrapelo de los hechos.
No está en su mano recuperar el amor sindical de antaño; la reforma laboral y el ahorro del 1,75% del PIB, más lo que venga, no dan una segunda oportunidad y ya no volverá para él (ni para nosotros, ay) el tiempo del esplendor en la hierba y de la gloria en las flores. Por eso, a lo hecho, pecho, debería hablar al Congreso como Churchill a la Cámara de los Comunes: “No tengo para ofrecer más que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Aún está a tiempo de convertirse en un gran político conservador, en el Winston Churchill del siglo XXI. Y que no le importe el vacío a su alrededor. Edward Gibbon también tenía una frase para ello: “la conversación enriquece la comprensión, pero la soledad es la escuela del genio”.
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