27 octubre 2008

Entre la sensatez y la consigna

Santiago González

A veces, en este oficio, los titulares condicionan mucho, casi tanto como los precedentes. Por eso, cuando un ministro, el de Trabajo, que llegó precedido por su reputación de hombre sensato, anunció el viernes pasado que “en dos meses, la crisis debería estar finiquitada”, dio una primera impresión de que Celestino Corbacho era el último abducido por el optimismo sin fuste del presidente del Gobierno y el titular que proporcionó, un alarde más de relativismo, de palabras al servicio de la política. Uno de los trece lemas en los que el PSOE apoyó su campaña para ganar las generales del 9 de marzo fue: “Motivos para creer. Por el pleno empleo”.

La posición de su ministro de Trabajo es, en realidad, bastante más matizada y razonable. Piensa que la crisis financiera habrá acabado seguramente para navidades, que hay dinero, pero que la falta de confianza lo lleva a depósitos, no al crédito. De ser esto así, falta sólo un empujón para que los bancos vuelvan a prestarse dinero y el crédito vuelva a correr, no como los ríos que manaban leche y miel en la Tierra Prometida, pero sí con alguna fluidez. Corbacho no lo dice, pero puede que el empujón para cebar la bomba podría ser la victoria electoral de Obama dentro de unos días. La proximidad del cambio de inquilino en la Casa Blanca conecta con una voluntad de cambio que se viene oliendo desde hace algún tiempo. No será condición suficiente, pero tal vez sea necesaria.

Otra cosa es la crisis de la economía real y eso va más para largo, aunque en las predicciones se atiene a la ortodoxia partidaria: en el segundo semestre de 2009, momento idóneo para remontar las encuestas hacia las elecciones de 2012. Por mucha sensatez que tenga un ministro, pecaría de imprudente si desdeñara todas las consignas del cuaderno de campaña de Pepe Blanco. De ahí que diga a Esther Esteban que “este país tiene un problema muy serio con el paro y el PP, en vez de hacer una política miope, cortoplacista y partidista, debería arrimar el hombro”.

Hombre, con el debido respeto, señor ministro, no joda. Tomemos la queja de Manuel Pizarro: “advertí de que había crisis y ahora digo que será larga”. Perdió el debate televisivo frente al ronroneo de un Solbes mañoso como una gata tuerta y ahora que los hechos le han dado la razón, ¿no le parece comprensible que el hombre quiera reivindicarse? ¿No cree que el cortoplacista era Solbes? Debo decir, llegado a este punto, que me liga al señor Pizarro un oscuro asunto de intereses que no puedo, ni quiero callar. Yo heredé de mi padre 101 acciones de Endesa, cuando presidía la empresa este buen señor. Su obstinación frente a la desaprensiva pretensión del señor Montilla, de ceder la compañía eléctrica a Gas Natural-La Caixa, a 21,3 euros la acción, me permitió venderlas a 41,3. Ya sé que la Caixa había perdonado al partido de Josep Montilla y de usted mismo seis millones de euros y que de bien nacidos es ser agradecidos, pero a un servidor le quedó la sensación, seguramente infundada, de que el honorable le quiso chulear 2.020 euros y que el señor Pizarro lo impidió.

¿No cree, por otra parte, que su racional advertencia de lo serio que es el problema del paro, debería dirigírsela a su correligionario Cándido Méndez, ese paladín de un sindicalismo alternativo, que el mismo día que conocimos las desalentadoras cifras últimas del paro y el dato de la destrucción de empleo, se plantaba en la Audiencia Nacional a ofrecerse a Garzón como su Sancho Panza contra los molinos de viento del franquismo?

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