26 diciembre 2008



El medio es el mensaje (real)

Santiago González

En fechas como éstas, la televisión vasca repite un clásico que lleva ya 25 años en antena con gran éxito de público: se sienten las réplicas sin que se haya producido terremoto. El día 24, por la noche, ETB nunca retransmite el mensaje del Rey. A la hora en que el resto de las televisiones empezaban a emitir las palabras del Jefe del Estado, ETB ofrecía la cabalgata del Olentzero, un carbonero borrachín que es el encargado de llevar los juguetes a los niños vascos. ¿Hay algo más radicalmente republicano que sustituir a tres reyes magos de Oriente por un carbonero euskaldun y algo dipsómano?

Esto sería un acto muy coherente: los españoles tienen Rey y los vascos, Olentzero, si no fuese porque el ‘Teleberri’ de Navidad cuenta siempre, (ayer también, claro) entre sus noticias de apertura, con las reacciones de los políticos locales a las palabras del discurso real que los televidentes no pudieron seguir en Euskal Telebista. El resultado ha sido más o menos el de siempre: el PNV ha lamentado la ausencia del derecho a decidir, el PSE y el PP se han mostrado muy conformes con los amables lugares comunes del mensaje, incluida esa metáfora semoviente de “tirar del carro”, tan emparentada conceptualmente con la de “arrimar el hombro”. Luego, los portavoces menores –que ya es decir- de Eusko Alkartasuna, Ezker Batua y Aralar han hecho profesión de fe republicana. El portavoz de Madrazo ha estado especialmente sembrado, al decir que él no tiene interés en el mensaje hasta que se anuncie la disolución de la monarquía y quede inaugurada la Tercera República Española.

La televisión autonómica catalana sí emite el mensaje y ésta es probablemente la causa de que los vascos les lleven varios cuerpos de ventaja en la cosa reivindicativa. Otro gallo les cantaría si suprimieran el discurso real y al día siguiente saliera Tardá a gritar “mori el Borbó!”

En la última secuencia de ‘Annie Hall’, Alvy Singer, el personaje de Woody Allen, cuenta su último encuentro con Annie, y reflexiona sobre lo irracionales, absurdas y disparatadas que son las relaciones humanas y la razón para mantenerlas: “Y me acordé de aquel viejo chiste, ya saben, el del tipo que va al psiquiatra y le dice: “doctor, mi hermano se ha vuelto loco. Se cree que es una gallina”. Y el médico le contesta: “bueno, ¿y por qué no hace que lo encierren?” Y el tipo le replica: “lo haría, pero es que necesito los huevos”.”

Algo así me pasa a mí con la monarquía. Creo en la meritocracia y no en los derechos dinásticos, soy partidario de que los cargos sean electivos, pero… creo que necesitamos los huevos. La culpa de esto mío es de Carrillo, que conste. Él convenció a una generación de españoles, de la que formo parte, de que era mucho mejor la monarquía sueca que una república bananera y algunos, una vez persuadidos, no creímos que se trataba de una martingala para salir del paso. Después nos hizo perseverar en el error el hecho de que el candidato permanente a presidir la Tercera República Española era siempre Antonio García Trevijano, patrocinador de la dictadura guineana de Francisco Macías Nguema, tal como denunció en su día Enrique Múgica.

Echen una mirada al panorama electoral y calculen que, tal como está el patio, las últimas elecciones presidenciales las podría haber ganado un José Blanco, pongamos por caso. Lo decía el discapacitado que había viajado a Lourdes para impetrar un milagro y sintió que la silla de ruedas se le arrancaba ladera abajo y sin frenos: “Virgencita, virgencita, haz que me quede como estoy”.



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