Solbes se va. O no
Santiago González
Compareció Solbes ayer en el Foro Cinco Días con su ronroneo y su retranca para dar a entender que no concurrirá a más elecciones y que ya va teniendo una edad para pensar en actividades alternativas. Preguntado por el asunto el presidente, recomendó a los periodistas que “no pierdan mucho el tiempo” hablando de estas cosas. No parece que Zapatero vaya a apartarse mucho en esto de la tradición presidencial española: basta que en los medios se hable de la crisis (de Gobierno) para mantener un equipo que ocho meses después de su nombramiento ha quedado visiblemente amortizado.
Nuestros presidentes tratan de hacernos comprender la tragedia del poder. “El mío es siempre el último teléfono que suena”, declara Zapatero a propios y extraños, con una metáfora que heredó de Aznar, que a su vez se la había copiado a Felipe González. Pocos asuntos hacen tan visible la soledad del mando como las crisis de Gobierno. Mi admirado Edward Gibbon dejó escrita una sentencia que describía en una frase simple las fuerzas contradictorias que luchan en el interior del presidente: las bondades intrínsecas del diálogo frente a la superioridad intelectual del monólogo: “La conversación enriquece la comprensión, pero la soledad es la escuela del genio”.
Quizá por eso, aún los hombres más poderosos han afrontado con incomodidad el trance de quitar y poner ministros. Franco se inventó la figura del motorista para no tener que mirar a los ojos al ministro cesante en el momento de darle la mala nueva. Cuando uno de sus destituidos que gozaba de cierta privacidad con él fue al Pardo para pedir explicaciones, se encontró con un Franco afable que le decía solidariamente: “desengáñese, amigo mío. ¡Es que vienen a por nosotros!”
Felipe González también lo pasaba mal, pero llamaba personalmente a los destituyentes, aunque una vez en presencia de ellos cantinfleaba hasta el punto de que algún saliente se fue creyendo que había sido confirmado como entrante.
Nadie sabe si las crisis de gobierno son para Zapatero misterios dolorosos o gozosos, pero es de suponer que hay más de lo segundo. Al fin y al cabo, los ministros no son lo importante en su Gobierno y su banquillo de reserva es inmenso, tal como confesó a Millás: “todas las noches le digo a mi mujer: ‘No sabes, Sonsoles, la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían gobernar’”. Predicar con el ejemplo se llama esta figura. Ministros como Moratinos, Bermejo o Sebastián y ministras como Carmen Calvo, Magdalena Alvarez o Bibiana Aído, por citar media docena de ejemplos, constituyen una expresión flagrante del desdén del mando por el juego en equipo.
Solbes es un ministro amortizado. Fue la garantía del juego de niños y gallifantes que se desarrolló en el Consejo de Ministros y Ministras durante la primera legislatura. El fracaso del proceso de paz y la voladura del gran pacto constitucional de la transición no importaban. La economía española seguía creciendo y permitiendo gasto con la complaciente benevolencia del mago Solbes. Pero llegó la crisis y también la recesión, por más que los Presupuestos sigan fijando un crecimiento del 1,1% para 2009. Solbes puede optar por un final a lo Don Mendo: “ved como muere un león/ cansado de hacer el oso” al reencontrar un cuadro macroeconómico como el que dejó a comienzos de 1996. No se sabe nada cierto. Todo parece indicar que el presidente confía en sobrevivir a cuenta del déficit hasta el cambio de ciclo. Cambiará al desgastado gran consentidor o no, según le dé. Si tenemos suerte, nombrará a Vegara. Conformémonos con que no lo cambie por Pepe Blanco.
Nuestros presidentes tratan de hacernos comprender la tragedia del poder. “El mío es siempre el último teléfono que suena”, declara Zapatero a propios y extraños, con una metáfora que heredó de Aznar, que a su vez se la había copiado a Felipe González. Pocos asuntos hacen tan visible la soledad del mando como las crisis de Gobierno. Mi admirado Edward Gibbon dejó escrita una sentencia que describía en una frase simple las fuerzas contradictorias que luchan en el interior del presidente: las bondades intrínsecas del diálogo frente a la superioridad intelectual del monólogo: “La conversación enriquece la comprensión, pero la soledad es la escuela del genio”.
Quizá por eso, aún los hombres más poderosos han afrontado con incomodidad el trance de quitar y poner ministros. Franco se inventó la figura del motorista para no tener que mirar a los ojos al ministro cesante en el momento de darle la mala nueva. Cuando uno de sus destituidos que gozaba de cierta privacidad con él fue al Pardo para pedir explicaciones, se encontró con un Franco afable que le decía solidariamente: “desengáñese, amigo mío. ¡Es que vienen a por nosotros!”
Felipe González también lo pasaba mal, pero llamaba personalmente a los destituyentes, aunque una vez en presencia de ellos cantinfleaba hasta el punto de que algún saliente se fue creyendo que había sido confirmado como entrante.
Nadie sabe si las crisis de gobierno son para Zapatero misterios dolorosos o gozosos, pero es de suponer que hay más de lo segundo. Al fin y al cabo, los ministros no son lo importante en su Gobierno y su banquillo de reserva es inmenso, tal como confesó a Millás: “todas las noches le digo a mi mujer: ‘No sabes, Sonsoles, la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían gobernar’”. Predicar con el ejemplo se llama esta figura. Ministros como Moratinos, Bermejo o Sebastián y ministras como Carmen Calvo, Magdalena Alvarez o Bibiana Aído, por citar media docena de ejemplos, constituyen una expresión flagrante del desdén del mando por el juego en equipo.
Solbes es un ministro amortizado. Fue la garantía del juego de niños y gallifantes que se desarrolló en el Consejo de Ministros y Ministras durante la primera legislatura. El fracaso del proceso de paz y la voladura del gran pacto constitucional de la transición no importaban. La economía española seguía creciendo y permitiendo gasto con la complaciente benevolencia del mago Solbes. Pero llegó la crisis y también la recesión, por más que los Presupuestos sigan fijando un crecimiento del 1,1% para 2009. Solbes puede optar por un final a lo Don Mendo: “ved como muere un león/ cansado de hacer el oso” al reencontrar un cuadro macroeconómico como el que dejó a comienzos de 1996. No se sabe nada cierto. Todo parece indicar que el presidente confía en sobrevivir a cuenta del déficit hasta el cambio de ciclo. Cambiará al desgastado gran consentidor o no, según le dé. Si tenemos suerte, nombrará a Vegara. Conformémonos con que no lo cambie por Pepe Blanco.
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