Los chicos lo cuentan todo
Santiago González
La periodista María Antonia Iglesias ha escrito un libro. Esto en sí, no debería ser noticia. Escribir es la esencia del oficio para un periodista y no es extraño que algunos de ellos traten de superar las limitaciones espaciales de su oficio, ensayando de cuando en cuando con vuelos de largo alcance.
Iglesias es una periodista de registro amplio. Puede ser agitadora y sectaria en las tertulias y tenaz interrogadora en entrevistas en las que se deja guiar por un olfato perdiguero y lleva al entrevistado a despojarse de sí mismo para exponer los hechos o lo que en ese momento cree que son los hechos. Sólo se le conoce debilidad por los tres grandes dinosaurios de la política española: Arzalluz, Carrillo y Fraga, probablemente por este orden. Sólo cuando les entrevista a ellos aflora el afecto y algo parecido a la admiración.
‘Memoria de Euskadi’ se titula el libro y tiene un subtítulo de sorprendente exactitud: “La terapia de la verdad. Todos lo cuentan todo”. Y así es, efectivamente. Las palabras de los entrevistados son, además de veraces, verosímiles. El amable desdén con que Arzalluz hablaba de Ardanza, “un buen alcalde de Mondragón”, en la conversación con M.A.I., y ya despojado del corsé de las palabras, retrata al exlehendakari como un “imbécil”, un “flojo” a quien “tuvimos que, no digo endiosar; pero sí hacerle sentir algo más de lo que es”.
Medio año después de haber mostrado a la periodista los trapos sucios del partido, esos que todas las fuerzas políticas acostumbran a lavar en casa mientras pueden, Iñigo Urkullu y Leopoldo Barreda componen un extraño duo cuyas explicaciones sobre las andanadas que en su día largaron contra Ibarretxe y María San Gil respectivamente, sintonizan de manera admirable. Recordemos que el presidente del PNV decía que: “Hay muchos días en los que tengo que hacer actos de fe para que sigamos unidos” y Barreda retrata a San Gil diciéndoles: “yo soy la que tiene los votos, a la que más quiere la gente en toda España y a la que quieren las cámaras (…) creo que el responsable es estrictamente Jaime Mayor Oreja”.
Ninguno de los dos ha negado sus palabras y han preferido acogerse al contexto. Los dos sitúan sus diferencias “en el pasado”. ¿Y dónde está ese pasado? Pues en el caso de Urkullu, en el preciso momento en que hablaba con la periodista. En el de Barreda, el 15 de mayo de 2008, tras el funeral por el guardia civil Juan Manuel Piñuel, asesinado con coche bomba en Legutiano, pero las diferencias se le olvidaron enseguida. Entre aquel día y el Congreso de Valencia.
El partido-guía siempre ha dramatizado mejor. Ibarretxe estuvo soberbio en su representación: “tranquilo, Iñigo. Quien saca esto no tiene argumentos”. Esto es lo que se llama doctrina para consumo interno. No puede haber ningún jeltzale tan paranoico como para imaginar a M.A.I. organizando una conjura antinacionalista, pero las palabras cumplen una función ritual y cuelan entre la feligresía como si fuesen de verdad. El problema del PP es que tiene tal cantidad de gas acumulado en todas las bodegas que es peligroso hasta encender una cerill
Iglesias es una periodista de registro amplio. Puede ser agitadora y sectaria en las tertulias y tenaz interrogadora en entrevistas en las que se deja guiar por un olfato perdiguero y lleva al entrevistado a despojarse de sí mismo para exponer los hechos o lo que en ese momento cree que son los hechos. Sólo se le conoce debilidad por los tres grandes dinosaurios de la política española: Arzalluz, Carrillo y Fraga, probablemente por este orden. Sólo cuando les entrevista a ellos aflora el afecto y algo parecido a la admiración.
‘Memoria de Euskadi’ se titula el libro y tiene un subtítulo de sorprendente exactitud: “La terapia de la verdad. Todos lo cuentan todo”. Y así es, efectivamente. Las palabras de los entrevistados son, además de veraces, verosímiles. El amable desdén con que Arzalluz hablaba de Ardanza, “un buen alcalde de Mondragón”, en la conversación con M.A.I., y ya despojado del corsé de las palabras, retrata al exlehendakari como un “imbécil”, un “flojo” a quien “tuvimos que, no digo endiosar; pero sí hacerle sentir algo más de lo que es”.
Medio año después de haber mostrado a la periodista los trapos sucios del partido, esos que todas las fuerzas políticas acostumbran a lavar en casa mientras pueden, Iñigo Urkullu y Leopoldo Barreda componen un extraño duo cuyas explicaciones sobre las andanadas que en su día largaron contra Ibarretxe y María San Gil respectivamente, sintonizan de manera admirable. Recordemos que el presidente del PNV decía que: “Hay muchos días en los que tengo que hacer actos de fe para que sigamos unidos” y Barreda retrata a San Gil diciéndoles: “yo soy la que tiene los votos, a la que más quiere la gente en toda España y a la que quieren las cámaras (…) creo que el responsable es estrictamente Jaime Mayor Oreja”.
Ninguno de los dos ha negado sus palabras y han preferido acogerse al contexto. Los dos sitúan sus diferencias “en el pasado”. ¿Y dónde está ese pasado? Pues en el caso de Urkullu, en el preciso momento en que hablaba con la periodista. En el de Barreda, el 15 de mayo de 2008, tras el funeral por el guardia civil Juan Manuel Piñuel, asesinado con coche bomba en Legutiano, pero las diferencias se le olvidaron enseguida. Entre aquel día y el Congreso de Valencia.
El partido-guía siempre ha dramatizado mejor. Ibarretxe estuvo soberbio en su representación: “tranquilo, Iñigo. Quien saca esto no tiene argumentos”. Esto es lo que se llama doctrina para consumo interno. No puede haber ningún jeltzale tan paranoico como para imaginar a M.A.I. organizando una conjura antinacionalista, pero las palabras cumplen una función ritual y cuelan entre la feligresía como si fuesen de verdad. El problema del PP es que tiene tal cantidad de gas acumulado en todas las bodegas que es peligroso hasta encender una cerill
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