09 enero 2009

Una vaga querencia

Santiago González

Jacques Vergès, defensor de terroristas como ‘Carlos’ y criminales nazis como Klaus Barbie, escribió en sus tiempos izquierdistas un interesante librito, ‘Estrategia judicial en los procesos políticos’. Distinguía en él la ‘estrategia de connivencia’, consistente en la aceptación de las reglas del juego por el procesado, de la ‘estrategia de ruptura’, en la que éste aprovecha la ocasión para erigirse en acusador de un sistema injusto. Es ejemplo de este último la defensa que Fidel Castro hizo de sí mismo al ser juzgado por el asalto al Cuartel Moncada. Un proceso de ruptura más cercano a nosotros fue el de Burgos de 1970.

Se hacían cábalas hasta ayer sobre la posibilidad de que Batasuna convirtiese el juicio en un proceso contra el sistema. No hubo tal. La abogada de Arnaldo Otegi hizo una defensa técnica y jurídica de sus posiciones y pidió la suspensión del juicio, al igual que hicieron la defensa de Patxi López y Rodolfo Ares y la fiscal jefe del TSJPV. Sorprendentemente, fue Mikel Casas, el letrado del Gobierno Vasco que defiende a Ibarretxe quien adoptó la línea de defensa más próxima a la ruptura. Después de lamentar las seis ocasiones perdidas por el tribunal para cerrar la causa, en el broche de su intervención transformó su alegación previa en un alegato político a favor del diálogo como procedimiento para resolver conflictos y exigió la continuación del juicio, para luchar por la absolución.

Es el mundo al revés. El 3 de diciembre de 2003 se cumplían 33 años del comienzo del Proceso de Burgos. Aquel día, en el mismo palacio de Justicia de Bilbao estaba llamado a declarar Juan Mª Atutxa. Un grupo de compañeros de partido, dirigidos por Xabier Arzalluz, lo recibió al pie del coche oficial entonando el ‘Eusko Gudariak’ (Soldados vascos) himno con el que Mario Onaindía había roto la vista del consejo de guerra hacía 33 años.

Es una vaga querencia sin fundamento. El magistrado Díaz de Rábago, que preside esta causa, no se parece al coronel Ordovás, presidente del Sumarísimo 31/69, ni la fiscal Montes recuerda a su vocal ponente, el capitán Troncoso, ni el PNV fue un gran agitador en diciembre de 1970, ni a aquellos procesados se les habilitó un ‘living’ en las dependencias del Gobierno Militar de Burgos, como los que se prepararon para los procesados en los sótanos del palacio de Justicia de Bilbao, con sofá, teléfono, televisión y cafetera.

No hay razón para que el lehendakari se sienta humillado, como ha dicho su partido, ni es cierto, como dijo ayer su defensa que no haya hecho “nada distinto a otros gobiernos democráticos”.

Esta negativa no es precisamente un modelo de rigor. Ningún otro gobernante ha convocado una organización ilegal a sus rondas de consultas con los representantes legítimos de los ciudadanos antes de formar gobierno. Por otra parte, en democracia, el método para resolver conflictos no es tanto el diálogo como la aplicación de la Ley. Es la Ley quien establece las reglas, los interlocutores y los asuntos del diálogo democrático.

Claro que en estas cosas siempre hay algo de subjetivismo. Un personaje de Elvira Lindo y amigo de Manolito Gafotas, Yihad, describía en un ejercicio de redacción la causa de que su hermano mayor llevase dos años en Carabanchel: “Hace dos veranos fue cuando mi hermano le dijo a una vieja: “señora, ¿me da el bolso, por favor?” y la vieja montó un pollo como si la estuvieran matando. Le dio con el bolso en la cara que por poco le salta una ceja y luego va la vieja y se tira al suelo haciéndose la víctima. Y la vieja se rompió un brazo, pero mi hermano es inocente.”

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